
Hay edificios que no gritan. Susurran.
No es esta una historia de ruinas espectaculares ni de urgencias evidentes. Es una de esas visitas en las que hay que escuchar con las manos, observar con todo el cuerpo… y medir. Porque a veces, lo que el ojo no ve, lo captan los instrumentos.
Hicimos lo que siempre hacemos al llegar por primera vez: caminar despacio, mirar sin forzar, agacharnos, tocar, anotar.
Fotografiar sin prisa, usar el termómetro, la cámara térmica, la cinta, la regla, el nivel…
Marcar sobre plano lo que los sentidos captan antes de que la cabeza lo entienda. Un olor, una tensión en una esquina, un brillo extraño en una superficie.
La arquitectura también se diagnostica desde la intuición… pero sobre todo desde el dato.

Estas visitas no son un trámite previo al presupuesto, es el paso cero del proceso. Son la puerta de entrada. Nuestra manera de conectar con el edificio y empezar a entenderlo.
Ahora ya podremos elaborar una propuesta de intervención realista, ajustada a las necesidades reales del edificio, y priorizar actuaciones en función de la gravedad y la urgencia.
Porque para poder cuidar, primero hay que percibir.