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  • Una ventana en el tejado

    Una ventana en el tejado

    Al principio, apenas una mancha, una sombra en la pared que pasaba desapercibida. Con el tiempo, el cerco de madera empezó a oscurecerse, y al abrirla —con esfuerzo— el marco dejó ver hongos en las juntas.

    No había rotura ni accidente reciente: simplemente, años de falta de mantenimiento. Una ventana que casi nunca se abría, instalada en un lugar poco transitado, acabó cediendo poco a poco. El agua encontró su camino, y la casa lo contó en silencio, con manchas y olor a moho.

    Lo importante no era sólo ver la humedad, sino entender por qué había llegado hasta ahí. Y, sobre todo, evitar que volviera.

    Lo que muestra la imagen es una historia que se repite más a menudo de lo que parece: una claraboya expuesta al tiempo, poco utilizada, con falta de mantenimiento y, finalmente, rendida al agua.

    Los signos están ahí: acumulación de suciedad, óxido en las bisagras, una junta degradada, y lo más evidente, la línea de humedad que delata filtraciones. El sellado ha perdido eficacia, probablemente por la acción conjunta del sol, la lluvia y el olvido. Las pequeñas fisuras en el perímetro han permitido que el agua encuentre su camino, y lo ha hecho.

    No hay rotura brusca. Lo que hay es desgaste acumulado. Un descuido que se manifiesta en forma de hongos en el interior, manchas negras que crecen en silencio y una estructura que ya no protege como debería.

    En estos casos, lo esencial no es sólo reparar. Es comprender por qué ha fallado y cómo evitar que vuelva a pasar. Esa es la diferencia entre tapar una humedad y resolver un problema.