Autor: Ana

  • Sentir un edificio

    Foto de grietas, eflorescencias y vegetación emergente en fachada revestida con azulejo esmaltado.
    Grietas, eflorescencias y vegetación emergente en fachada revestida con azulejo esmaltado.

    Hay edificios que no gritan. Susurran.

    No es esta una historia de ruinas espectaculares ni de urgencias evidentes. Es una de esas visitas en las que hay que escuchar con las manos, observar con todo el cuerpo… y medir. Porque a veces, lo que el ojo no ve, lo captan los instrumentos.

    Hicimos lo que siempre hacemos al llegar por primera vez: caminar despacio, mirar sin forzar, agacharnos, tocar, anotar.

    Fotografiar sin prisa, usar el termómetro, la cámara térmica, la cinta, la regla, el nivel…

    Marcar sobre plano lo que los sentidos captan antes de que la cabeza lo entienda. Un olor, una tensión en una esquina, un brillo extraño en una superficie.

    La arquitectura también se diagnostica desde la intuición… pero sobre todo desde el dato.

    Plano arquitectónico con toma de datos anotando observaciones técnicas y fotos de daños en la edificación.
    Análisis preliminar con mapeo de fisuras, humedades y otros defectos constructivos, vinculado a imágenes in situ.

    Estas visitas no son un trámite previo al presupuesto, es el paso cero del proceso. Son la puerta de entrada. Nuestra manera de conectar con el edificio y empezar a entenderlo.

    Ahora ya podremos elaborar una propuesta de intervención realista, ajustada a las necesidades reales del edificio, y priorizar actuaciones en función de la gravedad y la urgencia.

    Porque para poder cuidar, primero hay que percibir.

  • La piedra no lo aguanta todo

    La piedra no lo aguanta todo

    Una casa nueva, una fachada de granito, y una sorpresa que nadie esperaba: las paredes interiores húmedas, empapadas después de cada lluvia. No parecía tener sentido. La vivienda no se había estrenado, todo era reciente, limpio, aparentemente impecable.

    Pero la piedra, por sí sola, no es impermeable. Lo era antes, cuando las juntas entre los sillares estaban completas, selladas con cuidado. Hoy, apenas quedan. Con el tiempo —o más bien con la falta de uso y de mantenimiento— esas juntas se han ido deshaciendo. Algunas nunca estuvieron bien ejecutadas. Otras se agrietaron con las primeras contracciones. El resultado: la lluvia se cuela por cada rendija y se acumula en la cámara de aire.

    Y la cámara, sin ventilación suficiente, se convierte en una trampa. El agua se filtra hacia el interior y deja marcas en tabiques recién pintados. Manchas que crecen, desconchones que aparecen como si la casa llevase años habitada. Pero no. Nadie vivió allí. Solo el agua.

    Una fachada puede parecer sólida, duradera, resistente. Pero si no se cuida cada capa, cada detalle, acaba fallando. Y cuando falla, no lo hace desde fuera, lo hace desde dentro. Y entonces, ya no es solo una pared mojada: es una advertencia.

  • Una ventana en el tejado

    Una ventana en el tejado

    Al principio, apenas una mancha, una sombra en la pared que pasaba desapercibida. Con el tiempo, el cerco de madera empezó a oscurecerse, y al abrirla —con esfuerzo— el marco dejó ver hongos en las juntas.

    No había rotura ni accidente reciente: simplemente, años de falta de mantenimiento. Una ventana que casi nunca se abría, instalada en un lugar poco transitado, acabó cediendo poco a poco. El agua encontró su camino, y la casa lo contó en silencio, con manchas y olor a moho.

    Lo importante no era sólo ver la humedad, sino entender por qué había llegado hasta ahí. Y, sobre todo, evitar que volviera.

    Lo que muestra la imagen es una historia que se repite más a menudo de lo que parece: una claraboya expuesta al tiempo, poco utilizada, con falta de mantenimiento y, finalmente, rendida al agua.

    Los signos están ahí: acumulación de suciedad, óxido en las bisagras, una junta degradada, y lo más evidente, la línea de humedad que delata filtraciones. El sellado ha perdido eficacia, probablemente por la acción conjunta del sol, la lluvia y el olvido. Las pequeñas fisuras en el perímetro han permitido que el agua encuentre su camino, y lo ha hecho.

    No hay rotura brusca. Lo que hay es desgaste acumulado. Un descuido que se manifiesta en forma de hongos en el interior, manchas negras que crecen en silencio y una estructura que ya no protege como debería.

    En estos casos, lo esencial no es sólo reparar. Es comprender por qué ha fallado y cómo evitar que vuelva a pasar. Esa es la diferencia entre tapar una humedad y resolver un problema.